Pedro, el portero, me dice que le han llegado quejas de los vecinos. Le pregunto que qué clase de quejas, que las quejas son algo muy amplio; la queja es abstracta, le digo. Baja la mirada y me responde que quejas, quejas debidas a mis sueños, porque los emito aptos para todos los públicos y, en realidad, no son aptos ni para el Marqués de Sade, y dice Marqués de Sade con una mano alzada, declamando, con la vista puesta en el infinito del tubo fluorescente del vestíbulo. Después me pide disculpas por la sobreactuación y me ruega que, ya que voy de exhibicionista por el hipermedio, ya que no uso ni contraseña en la sesión ni me he capado los puertos, que al menos tenga a bien restringir el uso de mis sueños a los menores. Y yo le digo que pongan un fireware los que no quieran verme el subconsciente, que ya está bien poner palos en los radios del procesador de los artistas. Y Pedro, con su mono azul, me lanza la mirada que le lanzaría Lázaro Carreter a Ramoncín si se encontraran en un diccionario, una mirada que dice: alma cándida, tú no sabes lo que es un fireware. Y me voy. Y Pedro se viene conmigo, en el ascensor.
Se pone serio y dice: He visto a otros como tú antes, hazme caso y cápate los puertos, no estás hecho para esto, hijo. Le respondo que ya vale de monsergas y que me importa tres bits y medio que el hijoputa del noveno me descargue el subconsciente y lo venda en un top manta. No es sólo eso, me dice. Tú no estás hecho para soñar en wifi, acabarás dependiendo de ello. Los ojos te brillan, tienes mono, no puedes parar. Detente antes de acabe con tu vida de despierto. Y yo, que estoy empezando a sentir escalofríos en la espalda, salgo del ascensor y le llamo 386 a 33 megahercios. Y a él se le queda cara de maquintos. Llego a casa, me tomo un par de lexatines y me echo la siesta en una tumbona que he puesto en la entrada, que es donde mejor se coge el wifi. Es la cuarta siesta que me echo hoy y me siento como Dios.
Se pone serio y dice: He visto a otros como tú antes, hazme caso y cápate los puertos, no estás hecho para esto, hijo. Le respondo que ya vale de monsergas y que me importa tres bits y medio que el hijoputa del noveno me descargue el subconsciente y lo venda en un top manta. No es sólo eso, me dice. Tú no estás hecho para soñar en wifi, acabarás dependiendo de ello. Los ojos te brillan, tienes mono, no puedes parar. Detente antes de acabe con tu vida de despierto. Y yo, que estoy empezando a sentir escalofríos en la espalda, salgo del ascensor y le llamo 386 a 33 megahercios. Y a él se le queda cara de maquintos. Llego a casa, me tomo un par de lexatines y me echo la siesta en una tumbona que he puesto en la entrada, que es donde mejor se coge el wifi. Es la cuarta siesta que me echo hoy y me siento como Dios.
2 comentarios:
No te capes los puertos, ignóralos cual servicio de atención al cliente. Con un poco de suerte tienes otro cibersueño y te despiertas con la banda ancha. Que Dios te guarde (y con back-up).
I love you, Max.
Por la hora de tu post deduzco que sigue con el brazo colgando de un pañuelo o en Colombia haciendo reportajes.
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