16 julio 2007

La Internet se me ha hecho laberinto y acaba en Calpe

Llevo días naufragando en Internet como un Robinson masoquista. Una mano de links me hace una aguadilla y al instante una ventana emergente me dispara en la línea de flotación, donde alojo las pasiones mundanas. Me dicen que quedarme sale más caro, y más caro significa ser idiota o algo peor, así que busco viaje fuera de España. Por supuesto, lo hago por Internet. El mundo es más grande y más engorroso cuando se muestra binario. Internet tiende al desorden y los buscadores son un lupanar de postores impostores. Los países se multiplican en las páginas de vuelos low cost, aparecen repúblicas sublinguales hasta en las antiguas repúblicas soviéticas ahora libreasociadas con paraísos fiscales del Pacífico que lindan con archipiélagos de azúcar en el mismo centro de la estepa castellana, y ahí, en ese proceso en el que no sé distinguir indios de vaqueros, aparece otra vez, inefable, triunfalista, España, con su quedarse sale más caro. Me siento en una pesadilla de Carod: ofertas turísticas a lo largo del ancho mundo, desde Las Indias con sus fragancias hasta el África de timbales y danzas rituales, que acaban, irremisiblemente, en una terraza de verano de Calpe, pagando por una de esas pulseras magnéticas contra el reuma. Mi señora cree que ya tengo los billetes y que este hermetismo mío es sólo la antesala de una sorpresa romántica y trabajada. Cómo le explico que la Internet que nos llega a casa se ha convertido en un laberinto que me devuelve, pase lo que pase, a un apartamento caro en Calpe, Alicante, España. Me veo diciéndole dentro de dos días que con los niños lo mejor es irse al Mediterráneo, a coger sitio, con la pala, los ingleses y los vecinos, que es donde más disfrutan. Pobres criaturas.

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