23 septiembre 2007

12 Óxford

Los turistas han invadido una novela de Marías. Tomamos fotografías, aunque prefiero decir que toman fotografías, a una subordinada adversativa que hemos encontrado en el último cajón de un paréntesis. Foto, foto, foto… Una mujer con apellido muere después de haberle servido la cena a un extraňo; una espada en unos aseos permanece en el aire durante el episodio inacabado; Delacroix pregunta y tu novia qué tal quila y uno de los fotógrafos afirma haber visto a un espaňol leyendo de madrugada sobre Nin y el POUM en la biblioteca de un viejo amigo; un mendrugo dice que no ha querido saber, pero ha sabido, y una mujer de Inverness, cuyo rostro no pudo olvidar Borges en El Aleph, nos sopla aire frío en la nuca mientras susurra que se avergonzaría de llevar un corazón tan blanco. Entonces, un viejo profesor en bicicleta se nos cruza en el último párrafo. Lleva las gafas torcidas y la sonrisa que tiembla al compás de los adoquines. Tiene más de ochenta aňos y un aroma a novela que quizá le venga de los libros que lleva en la canasta de la bicicleta. Quién sabe si entre esos libros no irá una edición dedicada de Fiebre y Lanza adquirida en un descuido de una casa de subastas. Quién sabe si este viejo profesor no será el guardián de esta zona fantasma.

No hay comentarios: