El Ministerio de Sanidad advierte sobre el peligro de las dietas milagro y su auge veraniego. Éste el documento más antiguo que he encontrado al respecto en la biblioteca de El Jardín:«Moisés nos ha roto el becerro en un ataque de cólera, creemos que había bebido. Bajó del monte con unas losas que pesaban más de treinta kilos empeñado en hacernos creer que eran tablas. Pura caliza. Estuvimos un rato sin saber qué hacer, aburridos. Moisés no, pero para él más fácil, conoce el mundo de las setas. «Podríamos adorar a los niños», dijo uno al que al instante metimos en la cárcel. «Yo adoraría a la lluvia», dijo mi señora. «Eso es de indios y somos el pueblo de Israel», contesté yo, un poco avergonzado por su salida. «Podríamos adorar a la arena del desierto», dijo el enterrador. Nos encogimos de hombros, la idea no gustaba pero había que adorar a algo. En ese momento, vimos una luz mil vez más clara que una zarza incombustible: era la hija del carnicero, que le estaba exprimiendo los últimos jugos a la adolescencia. «Brrruuuuuuu», murmuró alguien queriendo decir que adorásemos al cuerpo. «Maaaahdr ma», dijo otro manifestando su conformidad. Y aquellos senos pasaron, como el cóndor para Simon y Garfunkel. «Ooohhhh», dijimos con un resto de voz rota que se nos escapaba como hilillos de plastilina de nuestra garganta monocasco. «Iros al quinto pino», dijo mi mujer antes de marcharse presurosa a adorar a otros cuerpos con sus amigas. Y nos quedamos allí, fascinados ante el descubrimiento y los frutos del verano. Contentos porque habíamos encontrado una fe a la que apetecía abrazar. Mientras tanto, Moisés, allí cerca, en una loma, les decía a sus incondicionales comesetas que el día de las oposiciones del Juicio Final nosotros no sacaríamos plaza por haber pecado de pensamiento. Pasaron los meses, nosotros fuimos ganando adeptos, y él perdiéndolos, hasta que decidió poner de moda las dietas milagro. «Ya que no puedo acabar con el cuerpo, por lo menos lo vacío», se le oyó decir. Maldito drogadicto.
07 julio 2007
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