18 diciembre 2007

Gran Vía, hoy

Un vendedor de la Once se deja los ojos en la PSP a dos dedos de sus narices, dos borrachos dormitan mientras piden a la vera de la ventana de un Santander, que antes fue la ventana de un Santander Central Hispano, el termómetro de una parada de autobús dice 4, que son grados poco fiables porque los mide en el metal y no el aire, un joven que está entre la modernidad y la homosexualidad, o quizá en ambas, reparte panfletos a la puerta de un teatro con nombre de teléfono que hoy no se quiere levantar, un coche sale de una calle con putas y hace cola en un paso de cebra viendo pasar el enjambre de peatones. Está lloviendo, y las gotas mojan el humo de los coches, y las suelas, y las punteras de los zapatos, y las ruedas y mojan, también las mojan, las patas diminutas de un perro con abrigo que ha aprendido a mirar al mundo por encima del hombro a la altura de nuestros tobillos. Oficinistas en camisa apuran cuatro cigarrillos a la puerta de una compañía de seguros mientras se cuentan con la mirada cosas bonitas sobre la hipotermia, un rumano ensortijado, una puta de camino, un policía de paisano pidiendo papeles o costo a la generación con granos de Marruecos, un viejo con sombrero que se ha hecho viejo en esta calle, una Vanessa de polígono que viene a comprar el tanga de nochevieja, un escritor con el pelo lleno de rizos, un crítico de algo que lleva gafas de pasta, un camarero que guarda el menú del día, una dependienta afortunada en el reparto de genética o remasterizada en el quirófano, una niña con una falda de cuadros y un libro de inglés, una vieja que se detiene con la rueda de la fortuna de su paraguas giratorio amenazando globos oculares, un perro, un grito, un pijo, un gato y los coches que hacen ruido y cola en los semáforos. Y las compras. Y las luces. Y el bajo consumo. Y el consumo.

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