¿Cuándo vimos por primera vez la patada del racista catalán en el tren de Barcelona? Fue el lunes. Las televisiones pincharon las cámaras de seguridad de Ferrocarriles Catalanes y nos trajeron a la primera línea de la repugnancia una ración de xenofobia. Ahí estaba él (español y convencido), ahí estaba ella (sola) y ahí estaba el pasajero número tres (despavorido y silencioso). Nos lo ensañaron el lunes y se ensañaron a partir del martes. La secuencia ha ido haciéndose familiar y repetida con el avance de la semana: la patada, el tocamiento, el insulto, el retroceso, la retransmisión telefónica, la inmovilidad del tercer pasajero, el último golpe, la presa… así hasta la náusea. Se ha visto en informativos (en unos más que en otros), en programas de directo (directos a la víscera) y en las crónicas de sucesos de media tarde; el circo mediático en pleno vomitando la secuencia del racista del móvil en la búsqueda desesperada del morbo y la décima de share.
Hoy es viernes y, desde luego, también se ha visto la secuencia en televisión. Se ha visto aliñada con planos del agresor fumando en la cervecería de su pueblo, saliendo de la comisaría y con planos del juez que no lo ha encarcelado; la percha de actualidad necesaria para justificar en emisión los segundos más rentables de la semana: la patada, el pellizco en el pezón, el insulto, el golpe: la bestia.
La bestia se vende sola porque es un estímulo que genera rechazo e indignación, y la indignación y el rechazo hacia algo que es cercano no caduca de un día para otro, y este vídeo nos es cercano porque nos vemos en ese vagón asistiendo a esa escena cualquier noche de domingo. Pero deberíamos preguntarnos cuál es el camino que queremos que nuestra televisión tome: el de la información o el del morbo, el del compromiso o el de la repugnancia, el de contarnos que este hombre no ha ido todavía a la cárcel o el de restregarnos una vez más una secuencia que exprimirán hasta que se quede sin jugo, desgastada, vieja: vacía.
La televisión que utiliza hasta vaciar la desgracia ajena no es la televisión que quiero. Vimos la agresión a una mujer el lunes, a partir de entonces, utilizamos esa agresión para rellenar la pantalla; en ese momento nos separamos de la información y metimos la cabeza en el amarillismo. Era suficiente con que lo hicieran los buscadores, no nosotros.
Hoy es viernes y, desde luego, también se ha visto la secuencia en televisión. Se ha visto aliñada con planos del agresor fumando en la cervecería de su pueblo, saliendo de la comisaría y con planos del juez que no lo ha encarcelado; la percha de actualidad necesaria para justificar en emisión los segundos más rentables de la semana: la patada, el pellizco en el pezón, el insulto, el golpe: la bestia.
La bestia se vende sola porque es un estímulo que genera rechazo e indignación, y la indignación y el rechazo hacia algo que es cercano no caduca de un día para otro, y este vídeo nos es cercano porque nos vemos en ese vagón asistiendo a esa escena cualquier noche de domingo. Pero deberíamos preguntarnos cuál es el camino que queremos que nuestra televisión tome: el de la información o el del morbo, el del compromiso o el de la repugnancia, el de contarnos que este hombre no ha ido todavía a la cárcel o el de restregarnos una vez más una secuencia que exprimirán hasta que se quede sin jugo, desgastada, vieja: vacía.
La televisión que utiliza hasta vaciar la desgracia ajena no es la televisión que quiero. Vimos la agresión a una mujer el lunes, a partir de entonces, utilizamos esa agresión para rellenar la pantalla; en ese momento nos separamos de la información y metimos la cabeza en el amarillismo. Era suficiente con que lo hicieran los buscadores, no nosotros.
3 comentarios:
Tú lo has dicho. El problema es que más de uno se ha metido a buscador... Y más de uno nos hemos sentido ligeramente decepcionados.
Mas razon que un santo.
Sin embargo, aunque te parezca mentira, para muchos aqui en EEUU la television que se hace en Espana es un ejemplo de honestidad. Dicen que no dudamos a la hora de mostrar la crudeza ni andamos tapando caras, nombres y tacos, algo que aqui hacen en exceso. Mi respuesta es que, en determinadas ocasiones, no se trata de honestidad, sino de puro y simple amarillismo.
¡¡¡¡Grande Javito!!!!
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