A Camden Town se le juntan las crestas de colores con los jerseys de pico y rombos. Las lesbianas le ganan una partida a la reina de Inglaterra en el tablero encrucijado de damas del Lock Market. Una camisa naranja dice que es propiedad de un psiquiátrico del estado de Pensilvania y Al Paccino en Scarface se parte la cara con el Brando del Godfather en la caja registradora de una tienda de posters. Mohamed Ali dice desde una camiseta que los campeones no se hacen en los gimnasios, sino en los sueňos, los deseos y las visiones. Las princesas del morbo se pintan los ojos de negro con pez de Margaret Astor y meten unas tetas prominentes, producto de siglos cocinando con mantequilla, en corsés que no saben si son más hijos del Moulin Rouge o del punk de los ochenta. Llevan botas de caňa alta hasta la altura de los pecados veniales, y una puntilla de luto empieza por el final una falda que nunca termina de levantarse. Bob Marley vende paz de colores frente a la puerta del infierno, y un diablo con cara de mujer perversa incita a la sodomía desde el lado de los vencedores. Los compradores ambulantes dudan entre las sortijas de cáscara de coco y el crack que ofrece el negro de la esquina, y, al fondo, tras el mostrador de acero, ellas, ladies altivas y desgarbadas, despachan látigos sin mover una ceja. El vintage crece como una permanente en el pubis y dice que la moda es no estar de moda, que lo más in es estar out y que es más cool ser warm. En los escaparates está la chaqueta del abuelo, y unos tirantes viejos, y la gorra del verano en el geriátrico, y el alcanfor y un reloj dorado Casio con calculadora. Y en la basura, a muchos aňos de la gloria y a menos de cincuenta pasos del escaparate, reposa sin cerrar los ojos un maniquí desnudo que no tiene brazos y nunca ha necesitado piernas. Descanse en paz.
05 septiembre 2007
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